El amor verdadero

2010 - ÁNGEL BASANTA / ELCULTURAL.ES

El amor verdadero es la mejor novela de Guelbenzu (1944), uno de los mejores novelistas españoles de nuestro tiempo. En sus páginas confluyen temas, técnicas y personajes tratados por el autor madrileño en obras anteriores. Como texto cenital que corona una dilatada trayectoria narrativa, constituye la culminación de un ciclo novelesco que completa la crónica moral de una generación de españoles, la del autor, que despertaron a la vida en sus años universitarios, los 60, alimentaron ilusiones en la militancia antifranquista, protagonizaron la transición política en los 70 y 80 y quemaron esperanzas en los 90, asistiendo a las transformaciones sociales y políticas de una época manchada por la corrupción.

Por ser coronación de un ciclo reaparecen personajes y figuraciones de novelas anteriores; y se mantiene la máxima relevancia del diálogo como instrumento privilegiado para el desnudamiento de almas, lo cual había alcanzado su cima en el reto formal superado en Un peso en el mundo (1999).

El amor verdadero es una obra de gran calado, por su afán de totalidad en la recreación de una época y en la introspección psicológica de sus protagonistas. Con cuatro partes, más un epílogo, divididas en capítulos con secuencias que permiten fragmentar el texto y delimitar la intervención alternante de tres narradores complementarios, la novela empieza y crece armonizando su interés en el protagonismo dual con la dimensión colectiva del grupo y luego se desliza hacia su final poniendo su atención en el plano individual, existencial, encarnado por sus dos protagonistas, sin romper el maridaje de ambos niveles de significación. En esto reside su mayor acierto, tanto por su significado histórico en la revisión crítica del último medio siglo de la historia de España como en la riqueza de técnicas narrativas desplegada por la complementariedad de sus tres narradores.

En su significado colectivo El amor verdadero viene a enriquecer la revisión crítica de nuestra historia reciente acometida en otras novelas de Guelbenzu, Chirbes, Longares, A. Grandes o L. Ortiz, tácitamente homenajeada en el título de Luz de la memoria (pág. 561). En este sentido la de Guelbenzu se singulariza por su revisión moral llevada a cabo sin acritud ni pesimismo, en la mejor herencia cervantina. Porque ya no hay héroes en este grupo generacional (se acabaron al morir Troya, según se dice en un momento), sino seres humanos con pasiones, convicciones y contradicciones que les hacen reivindicar su rebeldía antifranquista en los años jóvenes, para evolucionar después a favor, en contra o al margen de los nuevos tiempos dominados por una socialdemocracia que arrastra a algunos con el señuelo de sus oportunidades para medrar. Es el caso del escritor que aspiraba al éxito y que se queda con las ganas, por más dispuesto que estaba a ceder en su exigencia de calidad (Mateo Perdiz), lo cual es aprovechado para introducir una defensa del “lector complejo” como garantía de la literatura de calidad.

En el plano individual la novela concentra su intensidad en el análisis psicológico, existencial y amoroso de la pareja protagonista formada por Andrés Delcampo y Clara Zubia, destinados al amor desde sus cinco años por un hechizo tomado de una leyenda carolingia y descendientes de dos familias de la España franquista. La relación entre ambos pasa por los avatares de una experiencia matrimonial duradera. Siendo diferentes, ella con la fortaleza de su inteligencia, perseverancia y hermosura, frente a la inconstancia y mayor fragilidad de él, ambos mantienen sus convicciones que les permiten salvar contra su relación estable basada en “el amor verdadero” como fuente de toda vida y esperanza.

La narración simultánea de situaciones individuales y colectivas crece con la colaboración de tres narradores con ángulos y visiones diferentes pero complementarios. Son Andrés, que rememora su vida desde una playa del Cantábrico en 2005, y Clara, cuyo relato evoluciona en contrapunto con el de su marido para completar los hechos desde otro punto de vista, quedando ambos unidos por el narrador omnisciente que accede a informaciones que ellos no pueden conocer y que hacia el final de la novela pasa de la tercera persona a la primera para terminar presentándose como Asmodeo (con homenaje incluido al Melville de Moby Dick), nombre adoptado por el diablo en la tradición bíblica y cuyos poderes sustentan la vertiente mágica del libro. Y todo ello está cabalmente integrado en una novela compleja, pero no complicada, existencial, psicológica y de amor, con alcance generacional, y cuya lectura nos hace bien por su mirada enriquecedora de nuestro tiempo lejos de simplificaciones y maniqueísmos.

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