• Cuentos completos
  • Autor Lydia Davis
  • Editorial Ed. Seix Barral, Barcelona, 2011
  • Traductor Justo Navarro
  • nº páginas 746

Lydia Davis. CUENTOS COMPLETOS

27/9/2011 - JOSÉ MARÍA GUELBENZU

Lydia Davis, escritora casi desconocida en España, pertenece a ese tipo de escritores a lo que se califica de “raros” porque no se sabe bien dónde colocarlos, lo cual es estupendo para ella, pues así se libra de esos fastidiosos encasillamientos a los que tan proclives son las mentes académicas y muchos periodistas culturales. El calificativo que debería aplicársele es el de “singular”, que es lo que aspira a ser todo verdadero escritor vocacional.
Lo cuentos de Lydia Davis tampoco responden al esquema habitual. La gran mayoría son textos cortos y sólo unos cuantos alcanzan a sobrepasar las seis u ocho páginas; por lo tanto estaría dentro de la moda del llamado relato breve, refugio de tantos vagos ingeniosos, si no fuera porque su obra, contemplada cuento a cuento y en conjunto, es una soberbia exposición de la textura del tejido humano.
El material del que se nutre Davis es la gente media que vive permanentemente derrotada, necesita un punto de referencia o un anclaje del afecto, cuyo suelo es la inseguridad del hombre y la mujer contemporáneos y cuya memoria está llena de sueños incumplidos y cosas y personas perdidas. Son relatos de la vida corriente, a la que trata de sorprender en busca de una singularidad que, paradójicamente, se encuentra en su vulgaridad. La asombrosa capacidad de Davis para levantar apenas unos centímetros la piel de esas personas y situaciones por atisbar lo que hay debajo, lo que verdaderamente late, la desnudez interior, llena estas más de setecientas páginas de un vigor literario que sólo la mirada de un maestro es capaz de desarrollar. En cierto modo podríamos considerarlo temáticamente monocorde, pues se mueve en un mundo muy pequeño, hasta que descubrimos que ese pequeño mundo es, quizá, el más extenso y representativo de nuestra sociedad actual y que sólo un ojo verdaderamente atento como el de Davis es capaz de diferenciarlo y dotarlo de expresividad. Algo parecido a lo que sucede a los occidentales con los chinos: que todos parecen iguales, pero todos son diferentes; sólo hay que fijarse. En ese sentido, la mirada de Davis opera de manera genial haciendo que la vulgaridad de la vida cotidiana de la gente media atraiga al lector como el destello de una moneda entre la ceniza que, de repente, brillara por un efecto de luz.
Davis no es blanda ni se ahorra dureza o crueldad a la hora de mostrar la vida mediocre, pero busca en ella esa última dignidad del dolor, de la frustración, del deseo, de la ternura, de la supervivencia. El asunto general es la neurosis de la vida cotidiana y doméstica, expresada en muchas formas, a cual más aguda y sugerente (Ventosear) A muchos de sus personajes les ocurre lo que a un tal Wassilly, que ”iluminado de repente, vio que existía una terrible discrepancia entre el concepto que tenía de sí mismo y la realidad”. Sin embargo, en varios cuentos bordea lo fantástico; otros son fabulaciones e incluso exposiciones morales en forma de relato-comentario (Ética). La fábula moral (p.e. La casa de atrás, un relato excepcional) coexiste con el más crudo realismo (Dos hermanas o La madre). La criada extrae petróleo de un personaje que es la personificación misma de la mediocridad. Algunos textos parecen hacer proposiciones al lector y otros se limitan a establecer una anécdota, un hecho. Se la ha relacionado con Kafka, lo que es un error a mi modo de ver, salvo que se refieran a los cuentos breves de éste; en varios de sus textos cortos recuerda, en cambio, al Cortázar de los cronopios. Casi siempre escribe en presente y, si hay memoria, recuerdos, es siempre a propósito del presente; también utiliza la tercera persona. Todo ello en un estilo muy personal, seco, preciso y cómplice con el lector. A veces la sequedad es tal que los relatos afectados más parecen un escrutinio, introspectivo casi siempre.
No se excede en imágenes literarias, pero las que compone son bellas y mágicas (“Una vez fue una chica que entró en la cocina de repente en una ráfaga de viento, pálida, delgada y extraña, como un pensamiento perdido” ó “no sólo las flores blancas agonizan, sino que mujeres viejas caen de las ramas por todas partes”). Hay un relato-resumen de su estilo especialmente atractivo porque mezcla lo doméstico, la neurosis y la excepción literaria: Kafka prepara la cena. Y el humor está siempre presente, de fondo, seco, penetrante, afilado… un humor serio.
La lectura deberá mucho a la cuidada traducción de Justo Navarro. Mi consejo para una lectura feliz de este libro extraordinario es: termine el día, métase en la cama; el libro estará en la mesilla de noche; lea un solo relato: le absorberá tanto que seguirá leyendo otro y otro y luego otro o quizás otros. Deténgase ahí o puede que no duerma en toda la noche. La lucidez produce insomnio. Siga así hasta que comprenda que un talento excepcional le ha mostrado, para bien y para mal, del envés nuestro de cada día.
José María Guelbenzu.

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