2008 - ÁNGEL BASANTA / ELCULTURAL.ES
A la vez que su novelística de mayor calado literario, que culmina, por el momento, en la excelente novela dialogada Un peso en el mundo (1999) y tiene su última entrega en Esta pared de hielo (2005), el madrileño José María Guelbenzu ha venido construyendo en los últimos años una serie de novelas policíacas que constituye una línea narrativa más ligera –sus títulos van firmados con las iniciales del autor–, muy lograda en su concepción y en la realización de sus aspiraciones, con voluntad de llegar a mayor número de lectores, para lo cual reúne méritos suficientes por su probada maestría en el planteamiento y la resolución de intrigas hábilmente pergeñadas y minuciosamente resueltas con imaginación, inteligencia y tenacidad por la juez Mariana de Marco, protagonista de las cuatro novelas que comienzan con No acosen al asesino (2001) y llegan ahora a Un asesinato piadoso.
Esta novela es un admirable ejemplo de cómo se plantea una intriga policíaca con un crimen inicial que en su primer análisis parece muy fácil de resolver pero que, poco a poco, va descubriendo nuevos hallazgos, revelaciones e imaginativas hipótesis. Con ello Guelbenzu ha llegado al más alto grado de su maestría en articular tramas que no permiten desfallecimientos en la suspensión de la intriga y, por eso, no dejan un respiro al lector hasta su aclaración final. Así, del crimen cometido al principio con la muerte de Cristóbal Piles pasamos a la confesión del suegro, quien se autoinculpa y justifica para salvar a su hija de los malos tratos de su esposo, seguimos con el suicidio de la hija, depresiva y automedicada, y la retractación del padre, que ahora se declara inocente, pues se había autoinculpado por salvar a su hija, asesina de su marido.
Si con lo contado antes ya basta para atraer la atención de cualquier lector, lo que viene después, y que ya no voy a contar, garantiza unas horas de lectura con interés creciente y colmada de placer. El ritmo narrativo no decae nunca, si bien el relato combina con habilidad la narración de los hechos, la descripción de los lugares y la reflexión en forma de conjeturas y refutaciones que los encargados de la investigación llevan a cabo. Estos son dos, el peculiar inspector de la policía judicial y, sobre todo, la juez De Marco, quien observa e intuye ciertos puntos oscuros en las apariencias fáciles del caso. La juez hace gala de sus mejores cualidades –también de su atracción morbosa por los machos de fondo turbio–, como las de luchadora, perfeccionista, honrada y competente, pero también muy novelera, con poderoso instinto e intuición.
Guelbenzu prueba con brillantez su maestría en el dominio del oficio. Sólo habrá que corregir algún leísmo inaceptable (p. 46), la errónea tilde en “adecúe” (p. 241) y el uso impropio de “umbral” por “dintel” (p. 366). En lo demás el interés del lector está garantizado por un relato bien construido y bien escrito.