2012 - 260812 - FRANCISCO ESTÉVEZ -EL IMPARCIAL
La novela es siempre un género de madurez. Su arquitectura, así como la construcción de personajes, presenta una laboriosidad que se nutre tanto de experiencia como de reflexión, lo que en definitiva requiere tiempo y perspectiva. Solo al frisar cierta edad puede un escritor trazar con tino cierto tipo de novela. Por ello desconcierta la excelencia de aquellas primeras novelas del precoz Guelbenzu en su juventud. Pasado ya el tiempo, a nadie se le escapara el valor de la trayectoria narrativa recorrida por este antiguo editor, jalonada por ese reto apasionante en que consiste Un peso en el mundo o esa joya que es El sentimiento. Por no mencionar el éxito alcanzado estos últimos años con sus novelas policiacas donde maneja al dedillo los resortes literarios, llegando en ocasiones a voltear un género, incluso trascenderlo.
Hace poco salió en edición crítica y en la colección mayor de la editorial Cátedra la novela de 1981, El río de la Luna. Ahora ve luz nueva El esperado, novela de 1984, pues el último tercio del texto aparece reescrito, así como mejoradas las dos primeras partes. La novela gana en coherencia y desambigua aquello que nació abierto con el fin de trazar una trilogía novelesca que nunca llegó a ser.
El esperado narra aquel abandono del terreno de la infancia en el “trabajoso camino que cualquier ser humano debe recorrer en busca de lo más preciado para él, esto es, la propia identidad”. La revelación de ese profundo cambio será narrada con la emoción del recuerdo de tal lucidez por su protagonista León, un joven de quince años que pone el acento siempre en la sensibilidad más que en “los acontecimientos de aquel verano” inolvidable por lo que tuvo de iniciación. Lo cual cuadra con algún personaje que menciona la trascendencia en su educación de novelas como David Copperfield de Dickens.
La alternancia por capítulos del narrador (el protagonista en unos y un narrador externo en otros), aparte de sumar un doble perspectivismo, aporta algo de mayor valor porque en uno de ellos va también implícita una suerte de deconstrucción o puesta en quiebra del género de la novela de formación. Y hará bien el lector precavido que saboreé estas exquisiteces así como los estupendos capítulos de navegación en el yate María Purísima (y los nombres tienen siempre trascendencia simbólica en la novela, así el del protagonista León, así el de personajes como el Lobato o Arturo).
La novela presenta dos constantes en la literatura de Guelbenzu. Por un lado, el reto formal en su escritura. Y por otro, la exploración de complejos estados emocionales y existenciales, normalmente vistos a través del sentir femenino. Aquí con atención privilegiada en el presentimiento, aquello que agazapado antecede al sentimiento y cuya fuerza atávica, sin lugar a dudas, hace experimentar de forma más honda y más pura la realidad.
Es buena oportunidad para los jóvenes lectores del escritor que solo conozcan la fértil serie policiaca de la que es protagonista la juez Mariana de Marco para internarse en la literatura mayor de Guelbenzu de la mano de León, en una novela esmerada y apasionante. Su escritura decantada, como toda gran literatura, nos lleva de viaje a través del espejo para contemplar tal vez el enigma de la propia identidad.