2012 - 150912 - JUSTO NAVARRO - EL PAÍS- BABELIA
Un crucero por el Nilo ofrece una estupenda ocasión para el asesinato, y, en su nueva novela de misterio, Muerte en primera, clase, J. M. Guelbenzu reúne a víctimas y asesinos no en una casa de la campiña inglesa, como en las viejas intrigas criminales, sino en Egipto, a bordo del Royal Princess, hotel flotante de tres pisos y nombre inglés. En la nave va por casualidad la juez de instrucción Mariana de Marco, la invesügadora profesional que ha creado Iosé María Guelbenzu, cuarentona, divorciada, atractiva, "caballuna y un poco intimidante", amiga de los placeres básicos, esencialmente honrada y lógica, y con una vena canalla. Gusta a los hombres, según el narrador. "No es corriente encontrarse con jueces tan despampanantes como tú", le dirá un sospechoso.
Por afición a la verdad es valiente, capaz de arriesgar la vida, incluso fuera de servicio y de jurisdicción. Cuando dos pasajeras desaparecan en plena travesía, la conciencia y el instinto moverán a la juez a desentrañar el misterio de las mujeres quizá ahogadas o asesinadas. No irrumpe desde el principio la muerte: espera a que se acomoden los viajeros mientras J. M. Guelbenzu presenta a sus personajes, un clima y una clase social intemacional, el selecto grupo de posibles asesinos, inversionistas y financieros, todos afines y satisfechos. Habitan un mundo que ha hecho de la prepotencia agresiva un axioma moral, en vísperas de la invasión de Irak, en marzo de 2003. Las novelas policiacas üenen mucho de fantasía diudiuma, pero, como decía ampulosa y razonablemente Gabriel Ferrater, "descifrar un sueño quiere decir descifrar la üda que lo engendra", y eso es lo que J. M. Guelbenzu hace muy bien. La realidad histórica se alía con la tradición de la literatura criminal: Agatha Christie, en su novela Cita con Ia muerte, acampó en las ruinas de Petra a una familia muy unida en el deseo de matar a la matriarca omnipotente. Guelbenzu ha elegido como víctima principal a una viuda, "una fortuna de Bilbao", con todos los rasgos de excelencia propios de la aristocracia económica, y escoltada por una corte tamiliar potencialmente asesina, una escalera de color de sospechosos, además de dos comodines, dos subaltemos que, según las normas clásicas de la novela de misterio dictadas por S. S. van Dine, "jamás deben ser elegidos como culpables". Mariana de Marco percibirá inmediatamente que la dama bilbaína es un "imán para los rencores", y activará sus poderes detectivescos en cuanto el imán se evapore en una noche de fiesta. Entonces, "como las criadas de las novelas románticas", o[á detrás de las puertas, registrará camarotes sin permiso judicial y hará preguntas impertinentes. Investigar será dominar a la perfección el arte de conversar, o, hablando de la novela y de Guelbenzu, el arte del diálogo. La conversación se transforma en deducciones en voz alta, pero también en felicidad narrativa, en un dispositivo para la caractenzación de los personajes y la revelación de inesperadas tramas sentimentales, aunque, según una costumbre muy extendida en lamejor narrativa policiaca, las conjeturas lógicas de la detective atribuyan la responsabilidad criminal a individuos contra los que no parecen existir pruebas concluyentes.