23/11/2010 - JOSÉ MARÍA GUELBENZU
Comencemos por las obviedades. Primera: la crítica inglesa ha calificado a Barbara Pym de la Jane Austen del siglo XX. Segunda: Sus novelas se inscriben en el género llamado “alta comedia”. Es cierto, pero no es toda la verdad. Barbara Pym (1913-1980), contemporánea de Muriel Spark, Jean Rhys o Iris Murdoch, es una de las escritoras más inteligentes que ha dado la narrativa inglesa contemporánea. Su mundo se ciñe a la clase media inglesa (en todos sus grados), bien urbana, bien de las afueras e incluso del mundo rural cercano a Londres. Está poblado de clérigos, oficinistas, funcionarios, intelectuales de segunda y algún político, esposas, solteronas caseras o que trabajan… en fin, un mundo poblado de seres normales y corrientes cuyas vidas no destacarán nunca por su singularidad sino por su convencionalidad; no por su temeridad sino por sus miramientos; no por sus hazañas sino por sus satisfacciones vecinales.
Es cierto que se la puede comparar con Jane Austen en la medida que ambas han escrito admirables cuadros de costumbres. La diferencia la marca el tiempo; mientras Jane Austen retrataba a la gentry, encumbrada gracias a la reforma agraria, Inglaterra se dirigía a convertirse en un Imperio moderno que llegaría a su apogeo de la mano de la Reina Victoria y la Revolución Industrial, una Revolución que iba a acabar con el mundo de Austen. Barbara Pym, en cambio, se encuentra con un Impero en liquidación que ha decidido empezar a apretarse el cinturón y a contentarse con el recuerdo de lo que fue. De este modo, lo que en una es el retrato de una clase y un orden social que se eleva hasta una categoría moral e histórica, en la otra hay una aguda exposición de las formas que mantiene la clase media de un país que deglute pragmáticamente su inevitable decadencia.
El segundo aspecto que las une es el sentido del humor. Más cándido –aunque dirigido por una mirada de admirable perspicacia- y más intenso en la literatura de Austen. Más pérfido e implacable en el de Pym. En las novelas de Pym todo son modales y buenas costumbres, pero cuando ella va levantando las faldas de esos modales, lo que hay debajo es una mezcla de vaciedad, superficialidad y frustración bajo la apariencia de una tela grata a la vista que el lector, al cabo de un rato de acariciarla, siente que le ha llenado sus manos de cortaduras. Habría que decir que el humor de Pym es encantadoramente ácido, que circula por sus novelas con la sencillez de una limpia corriente de agua que no contiene una gota de ternura ni de piedad.
Las mujeres protagonistas de Pym son como las de estas dos novelas. Wilmet, una mujer casada con un funcionario, y su amiga Rowena, casada con otro del mismo palo, se conocieron y conocieron a sus maridos mientras servían como voluntarias del cuerpo femenino de la Marina, en Italia. Aquella fue la única aventura de su vida. Ambas son aún jóvenes y atractivas y Wilmet, sin hijos, de vida convencional y aburrida, se encuentra volcada en la ayuda a la iglesia de su parroquia; pero de pronto dos hombres se interesan por ella de manera evidente aunque indecisa y fantasea con eso, mas sin desprenderse de su dignidad de señora. El personaje es una joya en la medida que extrae de un ser tan insustancial una calidad de matices (una figura muy sugerente dentro de una preciosa acuarela social) que sólo un verdadero escritor es capaz de conseguir. Citaré sólo un pensamiento de Wilmet en un restaurante con uno de los hombres que se le insinúan: “Cuando nos sirvieron el filete, lo miré de reojo con un aire muy femenino, pues me daba cierta vergüenza mirar directamente ese trozo de carne que, por su abundancia, resultaba casi indecente”.
Jane y Prudence son dos amigas bien distintas entre sí; no sólo en edad sino en actitudes ante la vida. Jane es una cuarentona casada con un párroco de un pueblo de las afueras de Londres y más bien dejada en lo tocante a su aspecto; tiene una hija de 18 años que estudia en Oxford. Prudente, en cambio, es una joven cercana a la treintena, independiente, elegante, con unos cuantos amores a sus espaldas, que trabaja en el despacho de un conocido profesor, un plasta con el que espera una aventura. Jane advierte que su amiga está en esa edad en que puede pasar de soltera exitosa a solterona amargada y se dispone a hacer de casamentera. Las peripecias que trae consigo esta situación es el eje de la novela que, como suya, es la excusa que le sirve para describir los modos de vida de esa Inglaterra de los años cincuenta. El reflejo de esa vida mediocre, insulsa y a la vez expectante, en la novela corta como un cuchillo a medida que ésta avanza porque el humor sutil y la observación certera que va definiendo a las dos mujeres y su entorno no tienen desperdicio, como tampoco lo tiene la hora del té que regula vidas y encuentros de manera tan implacable como divertida, apoyándose a menudo en unos eficientes y admirables diálogos y siempre en su formidable capacidad de observación. Poco a poco, las novelas de Barbara Pym irán pasando del tono agridulce tan bien conseguido en sus primeros libros a una visión de esas vidas pequeñas más dura y amarga, donde el humor se va acerando, donde el dolor queda más a la vista. No hay compasión por esos personajes, no podría haberla en una escritora tan consciente, tan lúcida, pero cabe pensar que los ama de alguna manera por el cuidado que pone en ellos; lo que sucede es que tiene la inteligencia de mantenerse a distancia y dejarlos a merced del lector. Podríamos decir de ella lo que la misma Jane dice de las mujeres: “su amor y su imaginación eran los que transformaban en únicos a los seres más insustanciales”. Con su elegante escritura, su ajustado humor y su tajante uso de la elipsis, Barbara Pym es una maliciosa y fascinante creadora de vidas cotidianas. Aviso: anglófobos abstenerse.
José María Guelbenzu.