• Charles Dickens
  • Autor Claire Tomalin
  • Editorial Ed. Aguilar, Madrid, 2012
  • Traductor Begoña Recaséns
  • nº páginas 568

Claire Tomalin. CHARLES DICKENS

26/9/2012 - JOSÉ MARÍA GUELBENZU

En la reseña que hice en estas mismas páginas de la biografía de Dickens por Peter Akroyd , afirmé que era la más importante publicada “hasta la fecha” (en castellano, naturalmente). Por fortuna, el año Dickens ha propiciado la traducción de la extraordinaria biografía de Claire Tomalin que ahora toca comentar. La diferencia entre ambas, aparte de los veinte años que las separan, radica, de una parte, en la escritura –Akroyd es un novelista, Tomalin es una biógrafa pura, perteneciente a la gran tradición anglosajona de biografía- y, de otra, en la elección del enfoque: Akroyd se fija sobre todo en el Dickens observador, en la mirada de Dickens, y menos en la investigación. Tomalin, de manera más amplia, se vuelca precisamente en la investigación, pero –y ésta es su gracia- con una aguda percepción de los hechos que le permiten estrechar la relación vida-obra y desplegar un escenario de máxima complejidad y extremo rigor. Si a ello unimos la inteligencia de su interpretación de los datos que fundamentan su trabajo, creo poder afirmar que estamos ante una obra que será canónica por mucho tiempo.

Tomalin sigue un criterio cronológico; el orden es: infancia-paraíso en Kent; adolescencia humillada por el trabajo indeseado; primeros pasos hasta convertirse en Boz; el camino ascendente hacia David Copperfield; los cambios permanentes de domicilio y el creciente peso de los problemas económicos y familiares; las oscuras sombras de la madurez y las grandes novelas de la última época; la separación de Catherine y el volcamiento a las lecturas públicas; el declive físico y las reacciones intempestivas y, finalmente, la dinámica entre la frustración personal y el reconocimiento masivo, antes de encontrarse con la muerte.

Este Dickens tempranamente hipocondríaco, luchador nato, optimista y hedonista pese a toda adversidad, trabajador infatigable, amigo de fiestas y muy amigo de sus amigos, generoso, compasivo y combativo, defensor de causas justas y de desamparados, se nos expone en toda su rica complejidad personal gracias al fino instinto de Tomalin para seleccionar, hilar y ordenar lo verdaderamente significativo del material reunido gracias a una exhaustiva labor de investigación cuya virtud es la de no llegar a pesar en ningún momento en el ánimo de lector (debido, entre otras cosas, a que los saltos colaterales en el tiempo –advertencias a futuro, puntualizaciones sobre el pasado- van trazando una urdimbre de enorme eficiencia bajo el relato lineal central que enriquecen sobremanera a éste último).

Los aciertos se multiplican: la figura de su padre, John Dickens, queda fijada al inicio de tal modo que toda referencia posterior se asienta perfectamente sin necesidad de entrar en nuevos detalles; la figura de Catherine, desde la boda hasta el rechazo y separación, tiene una presencia en segundo término muy bien distribuída; las progresivas alusiones al ego de Dickens son muy acertadas y se dirigen con precisión al crescendo final; el espíritu democrático y la valentía, modernidad y apertura de mente del autor ante los conflictos sociales queda convincentemente expuesto; elige muy bien la aparición y ambientación de personajes del entorno de Dickens que luego se integrarán en todo o en parte con las novelas; señala con sutileza detalles importantes como la hipocondría del autor o la relación entre la figura de su amigo Macready, públicamente feliz con su joven esposa, y el escondido y angustiado fingimiento en que vive Dickens con la joven Nelly (En cuanto a este último asunto, la investigación y conclusiones de Tomalin son memorables); etcétera. El orden y desarrollo de su trabajo da como resultado una exposición apasionante de lo que es la dedicación de un creador, especialmente instructiva, por cierto, para aquellos que pretenden despojarlos de sus derechos.

La autora no se recata cuando cree necesario tratar a Dickens con dureza; bien de manera indirecta –apoyada en la figura de Catherine- bien de manera directa: “Cuando un hombre célebre por su bondad y apego a las virtudes domésticas pierde pronto el norte en sus principios morales, el espectáculo es desalentador”. O éste otro texto: “Dan ganas de apartar la mirada de buena parte de los sucesos del año siguiente, 1858. Su hija Katey, habló, décadas después, del sufrimiento que había en la casa y del comportamiento casi demente de su padre”.

Aporta también muchos datos y referencia, entre los que no es el menor, por su contenido, el encuentro entre Dickens y Dostoyevski, de alta importancia literaria, y aporta un último capítulo que podemos denominar “post mortem” con el que cierra el libro en una especie de recuento final de andanzas, actividades y destinos de las personas de relevancia en su vida que siguieron vivos tras su muerte. Un final casi perfecto, como el resto del libro, al que sólo cabe hacerle un reproche para haberlo sido totalmente: que no incluya la receta del famoso ponche de ginebra del que Dickens se sentía tan satisfecho como de cualquiera de sus novelas.

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