• LA MUERTE DEL CORAZÓN
  • Autor Elizabeth Bowen
  • Editorial Impedimenta, Madrid, 2012
  • Traductor Eduardo Berti
  • nº páginas 408

Elizabeth Bowen. LA MUERTE DEL CORAZÓN

03/2/2014 - JOSÉ MARÍA GUELBENZU

Toda la solidez de la tradición de la novela inglesa impregna este libro. Elizabeth Bowen es estricta contemporánea de Ivy Compton-Burnett, Graham y Henry Green o George Orwell, entre otros distinguidos autores británicos de la primera mitad del siglo XX. De sus novelas sí puede decirse que están escritas desde un punto de vista femenino: su escritura lo agradece mucho. Su maestría en la descripción, tanto del escenario como de los sentimientos es extraordinaria; por ella llega al centro mismo de la personalidad de sus personajes. Su tema favorito es el de la corrupción de la inocencia y en esto concuerda con Henry James, pero su acercamiento a la historia narrada no tiene la distancia que impone el maestro sino una sutil cercanía que la convierte en una excelente creadora de atmósferas. El crítico Edward Sackville-West dice de ella que “es experta en transmitirnos la calma fatal con la que (…) la heroína espera que algo suceda”.

Portia es una muchacha de dieciséis años, hija de un segundo matrimonio de su padre, que a su vez lo es de Thomas Quayne, un próspero profesional que la acoge en su casa a la muerte de la madre de Portia. Ella ha vivido siempre en precario, pero cuando queda sola el viejo padre la envía con su hermanastro para que conozca una vida más estable y acomodada. Thomas está casado con Anna y ambos llevan una vida espiritual y emocionalmente estéril. Portia descubrirá pronto el vacío y falsedad de ese mundo, pero, perdida en él, busca apoyo; para su mal, éste vendrá de la mano de un petimetre inconsciente y alocado que mantiene una relación ambigua con Anna y entre todos le mostrarán la mediocre crueldad de esa vida inútil de conveniencias y falsedades sociales que quebrará la inocencia adolescente de Portia. Las dos únicas personas capaces de ser honestas y afectivas con Portia, la gobernanta Matchett y el comandante Brutt, coincidirán impotentes sobre ella para mostrarlea su pesar la imposibilidad de un final feliz.

La escritura de Bowen –muy bien ofrecida por el traductor, Eduardo Berti- se apoya, como dije antes, en la descripción. La mirada de la autora posee una agudeza y una sensibilidad excepcionales que le permiten, de una parte, acertar en los detalles, muy bien elegidos, siempre significativos, y en los retratos de personajes; y de otra, hacerlos fluir a lo largo del texto por medio de imágenes literarias de una belleza, precisión y autoridad realmente notables. Con todo ello, Elizabeth Bowen va creando un clima denso que posee la calidad y exquisitez de un refinado y hermoso bordado que muestra su esmerado al hilo de las secciones (las secuencias) que van construyendo el rico y compacto conjunto en que se desarrolla y resuelve el tema central de la novela.

El final de la novela es abierto y cerrado. Cerrado sobre la pobre Portia y abierto en cuanto que no concluye sino que lo deposita en la imaginación del lector para que éste lo haga efectivo a su criterio. Quizá sea la mejor novela de la Bowen, pero hay otra editada en nuestro país que no la desmerece en absoluto: La casa en París (Ed. Pre-Textos, 2008).

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