• Huesos de sol
  • Autor Mike McCormack
  • Editorial Sexto Piso, Madrid, 2021
  • Traductor Magdalena Palmer
  • nº páginas 244

Mike McCormack. Huesos de sol

07/10/2022

Esta es una novela valiente porque su autor ha concebido para ella una estructura muy exigente: Marcus Conway se encuentra solo en la cocina de su casa leyendo la prensa y escuchando las noticias en la radio a la vez. Es el día de Difuntos y estamos en un pueblo llamado Louisburgh en la costa occidental de Irlanda, una aldea de piedra y barro sostenida por la tenacidad de una comunidad de agricultores y pescadores. Las campanadas del Angelus, al mediodía, desatan el vértigo de la memoria de Conway y ésta se desata en su cabeza.
Toda la novela es un texto corrido, sin interrupciones, no hay más saltos en el texto que los saltos de línea, pero todo el texto es un continuum que fluye y los saltos se corresponden con las pausas de la respiración o la mente de Conway; no se trata de un flujo de conciencia porque la memoria ordena las escenas que acuden a su cabeza con arreglo a la lógica de los recuerdos. Nos encontramos, pues, ante una voz interior que en el curso de su desarrollo coloca el relato a una distancia conveniente para el lector, una distancia suficiente para situar la perspectiva sin salirse del movimiento de la mente, un movimiento que no es caprichoso sino consecuencia de una memoria impulsada por las sensaciones y sentimientos de Conway. Todo este montaje nos va a permitir adentrarnos en historia del personaje y su familia, que es el resultado del matrimonio de un hombre de mentalidad tradicional casado con una mujer, Mairead, más culta y de mentalidad humanística, más abierta y unos hijos de otra generación.
Como se puede deducir, la construcción literaria es una construcción de riesgo, muy exigente para un escritor. La historia avanza a impulsos de recuerdos que remiten a otros recuerdos que impulsan una suerte de revisión del pasado y de los conflictos no resueltos. En este aspecto, la novela, al contrario que en su forma, presenta un planteamiento tradicional; este planteamiento se ajusta a la convención del realismo (toda la secuencia de la apertura de la exposición de pintura de la hija, Agnes, que ha sustituido el óleo como materia prima por su propia sangre, a la que vale un reconocimiento entusiasta del público y descoloca a su padre, incapaz de entenderlo). También al naturalismo en toda la extensa parte en que cuenta las consecuencias físicas de la infección vírica de su esposa sin ahorrar detalles.
La pregunta que nos hacemos es: ¿a qué viene una construcción literariamente compleja y de riesgo para una narración de fondo convencionalmente realista? La forma es audaz, pero el relato no tanto; estructura y contenido no se acaban de corresponder.
La novela pretende ser una especie de epopeya del individuo normal y corriente con todos sus problemas vitales, su honestidad esencial y su incomprensión del mundo más allá de su cotidianeidad que lo deja inerme frente a las grandes preguntas. La ambición es enorme, la novela es un ejercicio impresionante sostenido por una voluntad creadora no menor, pero la épica de su hombre común tiene de todo excepto lo más importante: misterio… ahí es donde el realismo desentona. El exigente esfuerzo creador va poco a poco tropezando sobre sí mismo y se diluye en un final convencional que más parece una rendición. No sabe dudar de la calidad de la escritura de Mike McCormack, pero la sensación que deja en el lector es la de que no acaba de conseguir desprenderse de las ataduras del drama realista (mas no épico) de su personaje, pero es una lúcida y emotiva historia de nuestro tiempo contada con fe y convicción.

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