07/10/2022
Este breve volumen de cuentos no tiene desperdicio. Es también engañoso porque su aspecto hace pensar al lector que es una literatura sencilla, sin complicaciones; sencilla sí es, pero complicaciones las tiene todas. El aspirante a escritor tiende a pensar que esta manera de contar, a base de frases breves y cortantes que casi no dejan tomar aire y con un asunto central ya muy trajinado -la nostalgia del origen, la salida de la tierra natal, la imposibilidad del regreso e incluso el mismo regreso- no ha de ser muy difícil a poco que uno se ciña con variantes a un cliché mental muy trajinado también
Eso mismo he visto que les ocurría a muchos pre-escritores después de leer a Raymond Carver. Carver parecía escribir a la buena de Dios, sin preparación artillera alguna, pero tras muchos intentos de imitación descubrían que el enemigo -la escritura- seguía incólume, sin que la hubieran alcanzado ni de refilón siquiera con una frase. Uno de los cuentos de Offutt, el titulado Prácticas de tiro, comienza así: “Ray puso un leño sobre el bloque de madera y alzó el pesado mazo. El fresno seco de quebró sin dificultad. Sustituyó el mazo por el hacha y cortó listones finos que se curvaron alrededor de los nudos y cayeron al suelo. El esfuerzo aflojó la tensión que se había vuelto crónica desde su regreso a las montañas. Hacía ya varios años que se había ido de Kentucky y ahora deseaba haberse quedado en Detroit, en la cadena de montaje de la fábrica Chrysler”.
En este párrafo se ha contado una vida, un modo de vida y una idea de la vida. Nada menos. Es capaz de mostrar con precisión el ejercicio de un oficio y al resumen de la existencia del personaje; sólo hay que mostrar el trabajo y la historia del personaje de modo que la veamos físicamente; y todo con llaneza, como pedía maese Pedro, sin adornos ni explicaciones innecesarias. Cuando el aspirante a escritor emulaba a Carver siempre descubría que quizá no lo había hecho del todo mal, sólo que la magia Carveriana no aparecía por ninguna parte. El secreto está en la síntesis de la experiencia y en el dominio de la sugerencia y de la elipsis. El párrafo que acabo de traer aquí no tiene su gracia en la brusquedad expresiva ni en la simplicidad de palabra sino en lo que su apariencia delata.
Offutt es uno de esos tipos nacidos en una localidad inimportante y cerrada que abandona para ver qué hay más allá por el mundo y ejercer cualquier oficio que le produzca unos dólares. Y aprende gracias al paso del tiempo y afinando la mirada sobre la especie humana. La mirada es el arma más poderosa del escritor, la que le permite seleccionar y elegir y, después, trabajar con la expresión por la palabra.
Chris Offutt clava la mirada en historias inimportantes que contienen la conciencia elemental de la existencia, desgarradoras, emocionantes; y en un modo de relato que se instala en el cruce de la emoción con la sobriedad. Parece un narrador lacónico, pero golpea los sentimientos del lector y lo sacude para mostrarle la hondura singular e irrepetible de toda condición humana, valiéndose de unos personajes que llenan una buena parte de la mejor literatura: los perdedores. Sus relatos son poderosos y universales en su simplicidad por la misma razón que lo son los cuentos de Chejov, tras el que se suceden todos los cuentistas americanos, de O.Henry y Ambrose Bierce a Hemingway, Salinger o Tobías Wolff. Chris Offutt pertenece a esa ya gloriosa tradición por derecho propio y este libro es una muestra perfecta de lo que digo.